Se escribió mucho sobre la primavera árabe. En resumidas cuentas, el 2011 inició con fuertes manifestaciones en los países árabes del Norte y Oriente Medio. Las poblaciones tomaron las calles en modo de protesta contra los regímenes autoritarios que ocuparon el poder durante muchos años y no fueron capaces de satisfacer las nuevas demandas. La contestación popular, y la presión ejercida desde el exterior, provocaron cambios políticos: una nueva ola de democratización
Túnez, uno de los países islámicos más liberales, fue el lugar de origen de estos sucesos. Todo comenzó con la inmolación de Mohammed Bouazizi, un vendedor ambulante que protestó contra la confiscación de su puesto de frutas. ¿Quién iba a imaginar que esto produciría una revuelta masiva regional?
El mandatario, Zine El Abidine Ben Ali, ocupaba el cargo desde 1987, legitimándose a través de elecciones fraudulentas. La revolución tunecina, denominada Revolución del Jazmin, logró la huida de Ben Ali y con ello su destitución. Durante su mandato, el dictador llevó a cabo fuertes represiones policiales y acusaciones de “islamismo extremo” a las manifestaciones, por más que la religión no era el argumento de la movilización. La Alta comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Navy Pillay, indicó que hubo más de 100 muertos como resultado de suicidios de protestas, represiones y motines carcelarios.
Ya era parte del pasado que Túnez era el país más pacífico del Magreb.
Tras tres años de “gobiernos de transición” e inestabilidad social, en 2014 se aprobó la nueva Constitución tunecina de 2014 por parte de la Asamblea Constituyente elegida en octubre de 2011. Fue una conclusión única y esperanzadora, en comparación con otros países de la región, que concluyeron en más inestabilidad política (como Egipto), o en una guerra civil (como Siria).
La neutralidad del ejército tunecino, la cooperación entre islamistas y secularistas en la redacción de una nueva constitución, y la participación activa de la sociedad civil fueron cruciales en el éxito de la democratización.
La forma de gobierno definida fue de una república parlamentaria, con un presidente elegido por sufragio universal directo y un jefe de gobierno elegido tanto por el presidente como por el poder legislativo (Asamblea de Representantes del Pueblo), de índole unicameral.
Sin embargo, los sucesivos gobiernos no encontraron soluciones a los persistentes problemas como altas tasas de desempleo, inequidades regionales y sociales, corrupción, mejoras en oportunidades económicas, mejoras en servicios públicos e infraestructura urbana e inflación, generando una profunda desconfianza en sus instituciones.
Sin embargo, Túnez también dispone de fortalezas, como la proximidad geográfica a Europa, una mano de obra cualificada, un desarrollo agrícola y forestal, y un tejido industrial diversificado. A su vez, el turismo es fundamental en la obtención de divisas y en el crecimiento.
Tras su victoria en la segunda vuelta de las elecciones del 2019, donde obtuvo el 72% de los votos, el casi desconocido profesor universitario Kais Saied asumió como presidente y formó gobierno con el partido político Ennahda (Partido del Renacimiento), de ideología demócrata-islámico.
Tras dos años, comenzaron los problemas. Saied suspendió el Parlamento por 30 días y destituyó al jefe de gobierno Hichem Mechini, alegando la aplicación del artículo 80 de la joven Constitución debido a un “peligro inminente”. No obstante, lo cierto es que Túnez convive en un bloqueo parlamentario que no solo afectó al gobierno de Saied, sino que es permanente desde 2014.
Esta nueva crisis política llevó a nuevas manifestaciones masivas que pedían la disolución del Parlamento y la dimisión del gobierno, tanto por su gestión de la crisis del coronavirus, el cual el sistema de salud colapsó, como por el deterioro de las condiciones de vida.
Un año después, se realizó un referéndum que modificó la constitución del 2014, para que el presidente disponga de más poder. A pesar de que hubo una abstención del 70%, demostrando la poca predisposición social a cambiar las reglas del juego, el 94% de los asistentes votaron un sí al cambio. Bajo acusaciones de fraude, Saied rompió el sistema parlamentario al hacer imposible su destitución, otorgándose poder de designar un gobierno sin la necesidad de aprobación legislativa y obteniendo el mando del ejército.
Las elecciones del 6 de octubre demuestran cómo una oleada democratizadora en el mundo árabe acabó en un proceso con rasgos autoritarios, concentración del poder, y en una pérdida en la confianza de las instituciones y del sistema democrático.
Los análisis recabados por FreedomHouse dan cuenta de la caída libre en los índices de libertad del país, pasando de considerarse “Libre” a “Parcialmente libre” en tan solo 3 años. Por otro lado, VDem demuestra la pérdida de puntuación en el ideal electoral de democracia (basado en reglas responsables, competitividad, limpias, igualitarias y participativas), llegado tras la revolución del 2011:
La actitud autoritaria de Saied en la represión de la oposición política, a quien acusa de “enemigo conspirador”, el constante ataque a los medios de comunicación críticos a su gobierno; y la supresión de la libertad de expresión complementado con discursos de odio a sectores específicos de la sociedad (migrantes y comunidades LGBTQ+) ha ensuciado su imagen. Sin embargo, la popularidad restante se mantiene mediante un espíritu nacionalista, soberanista y antioccidental
Kais Saied logró asegurarse un 90,7% de votos, pero con la participación más baja de la historia: 28%. Todo esto bajo un contexto de fuertes represiones que produjeron muchas dudas acerca de la legitimidad del proceso, denunciándose falta de transparencia por parte de la oposición. De 17 candidatos, 15 fueron suprimidos para participar de la contienda, algunos de ellos arrestados.
Tras una semana del proceso electoral, la Alta Autoridad Independiente para las Elecciones (ISIE) confirmó el triunfo de Saied, quien permanecería en el poder por otros 5 años más.
Túnez ha demostrado ser una verdadera revolución (vuelta), iniciando con la destitución de un régimen autoritario, un proceso democrático novedoso, y una degradación hacia lo que aparenta ser un nuevo régimen autoritario, con particularidades similares al de Ben Alí. Mientras tanto, los problemas, demandas y necesidades sociales de la población tunecina siguen siendo las mismas.
La historia es cíclica, y la palabra “revolución” (“una vuelta” en latín) da cuenta de eso.
Que el conocimiento no se extinga.