Hawai’i es el estado con el costo de vida más alto y uno de los índices de indigencia más altos de los Estados Unidos. La industria del turismo ha obligado a la comunidad indígena de la zona a abandonar sus hogares, y muchos le ruegan a los turistas que dejen de visitar. El proceso de colonización en Hawai’i comenzó en 1810 cuando uno de los reyes hawaianos, Kamehameha, unió todo el territorio del archipiélago en un solo reino. Diez años después, comenzó la llegada de los misioneros cristianos, trayendo consigo una multitud de enfermedades que diezmaron a la población nativa. Para la década de los 50s, la población de Hawai’i, los Kānaka Maoli, decayó de 300.000 habitantes a 70.000. Los colonizadores estadounidenses comenzaron a tomar control de los recursos y la economía de la isla, y este proceso de colonización culminó con la captura de la reina Lilu’uokalani, quien fue encarcelada y obligada a abdicar.
Hoy en día, el “estado” de Hawai’i se ha convertido en un destino turístico paradisíaco. Desde jóvenes en busca de actividades al aire como surf y tirolesa, hasta parejas mayores buscando un lugar para jubilarse, el archipiélago atrae todo tipo de personas. Si bien la pandemia mermó la cantidad de turistas, en los últimos años no solo se ha recuperado, sino que sigue incrementando exponencialmente. Los Kānaka Maoli son quienes sufren las consecuencias.
En la actualidad, la población nativa de Hawai’i sufre una crisis de carácter económico, ecológico y de vivienda. La están expulsando del mercado de la vivienda, muchos no pueden soportar el costo de los alquileres por cuenta propia, y compradores interestatales continúan convirtiéndo las residencias en unidades vacacionales o tiempos compartidos. A medida que los turistas ocupan los resorts, las canchas de golf y las playas, los residentes locales se ven obligados a dejar atrás sus hogares en busca de opciones más económicas. El precio de los alquileres sigue aumentando y los salarios no acompañan; muchos de los Kānaka Maoli dependen plenamente de la economía del turismo. Para los nativos, esta crisis de vivienda no solo implica mudarse, sino que muchas veces significa tener que dejar la isla y desocupar sus tierras ancestrales.
Cuando el gobierno estadounidense tomó el control de las islas hawaianas en 1898, la mayoría de los nativos protestó por la medida, la cual consideró ilegal. A diferencia del trato con otros pueblos indígenas estadounidenses, el gobierno nunca le proporcionó tierras de reserva a los Kānaka Maoli, sino que patrocinaron un programa denominado Hawaiian Home Lands. Si bien la función del programa es proporcionarles tierras para arrendar, actualmente hay una acumulación de más de 28.000 solicitantes en la lista de espera, muchos de los cuáles están esperando hace más de dos décadas. Para aplicar, un residente de Hawai’i debe tener descendencia nativa mínima del 50%, e incluso aunque logren ser llamados, la tierra proporcionada sería solo para alquilar, no podría ser comprada y tampoco re-asignada a futuras generaciones en casos de matrimonios interraciales.
Por su lado, los programas de ayuda económica y de vivienda gubernamental tienen sus propias listas de espera con más de cinco años de retraso. Además, donde en otros estados existe la posibilidad de pasar la noche en moteles para ayudar a combatir la indigencia, el mercado turístico de Hawai’i ha logrado que no existan este tipo de establecimientos.
El crecimiento exponencial de turistas también ha tenido un grave impacto ecológico. Desde huracanes hasta incendios forestales, la isla ha visto todo tipo de desastres naturales en los años recientes, y son los nativos quienes más lo sufren. Los turistas se quejaron de cambios de planes o vacaciones canceladas, pero fueron los Kānaka Maoli quienes quedaron luchando contra la indigencia, desaparecidos o se vieron obligados a recurrir a la recaudación de fondos luego de los incendios que arrasaron Lahaiana en 2023. El número de fallecidos por los incendios forestales fue de los más altos de la historia moderna de los Estados Unidos, con al menos 2.200 estructuras destruidas o dañadas.
Más recientemente, a fines de agosto, Hawai’i también sufrió una grave temporada de huracanes, con dos tormentas consecutivas azotando la Isla Grande por primera vez desde 1992. Más de 26.000 hogares perdieron electricidad y se emitieron alertas de posible inundación repentina e incendios forestales debido a los fuertes vientos.
Muchos nativos hawaianos han estado rogando a los turistas que dejen de venir a Hawai’i durante años y este pedido solo incrementó en el periodo post-pandemia. La industria del turismo no ayuda directamente a nadie de ascendencia Kānaka Maoli. Si bien no hay duda de que el turismo es el mayor ingreso económico de las islas, hay un solo hotel propio operado por personas de ascendencia nativa hawaiana en la Isla Grande. Es importante escuchar y respetar las perspectivas de quienes llaman hogar a Hawai’i, y abordar el turismo con conciencia y sensibilidad. Viajar puede ampliar nuestras perspectivas y ser una forma de aprender, pero es importante hacerlo de una manera que no explote los lugares y las personas que visitamos.
Actualmente, los turistas causan más daño que bien a los nativos de Hawai’i al visitarlos.
Que el conocimiento no se extinga.