El 30 de junio de 2025, el presidente Donald Trump firmó la Orden Ejecutiva 14312 poniendo fin a casi dos décadas de sanciones económicas contra Siria, revocando múltiples decretos dispuestos desde 2004. La O.E. 14312 cerró el programa de sanciones contra Siria, revocó seis órdenes ejecutivas clave y ordenó la eliminación de las Regulaciones de Sanciones Sirias del Código de Regulaciones Federales, desbloqueando la propiedad de más de 500 personas y entidades designadas únicamente bajo esas órdenes ejecutivas.
Con esta decisión, Estados Unidos busca facilitar la reconstrucción de Siria tras la guerra civil, reincorporarla al comercio internacional y estabilizar la región. La Casa Blanca reconoció al nuevo gobierno sirio, liderado por Ahmed al Sharaa, como un socio potencial, con el objetivo de contener la influencia de actores desestabilizadores. No obstante, se mantendrán las sanciones específicas contra Bashar al Assad, su entorno y responsables de violaciones a los derechos humanos, ahora bajo el nuevo programa PAARSS (Promoción de la Responsabilidad de Assad y las Sanciones de Estabilización Regional). En conjunto, la medida representa un giro significativo en la política estadounidense hacia Damasco.
En paralelo, Israel ha comenzado a explorar la posibilidad de establecer relaciones diplomáticas con Siria, en lo que se considera una nueva fase de los Acuerdos de Abraham. En este contexto, Emiratos Árabes Unidos actuó como mediador en conversaciones preliminares entre Jerusalén y Damasco. Si bien aún no se discute un tratado de paz formal, ambas partes abordaron temas sensibles como la seguridad fronteriza y proyectos de reconstrucción económica.
Estos contactos se inscriben en un movimiento diplomático más amplio por parte de Israel, que también busca avanzar hacia una eventual normalización con Líbano. De concretarse, esto podría redefinir el entramado de relaciones entre Israel y sus vecinos, abriendo la puerta a nuevas alianzas estratégicas y al relanzamiento de iniciativas energéticas en el Mediterráneo oriental.
Esta reconfiguración diplomática ocurre en un contexto de debilitamiento de la influencia rusa en la región. La reciente caída del régimen de Bashar al Assad, históricamente respaldado por Moscú, sumada al conflicto entre Israel e Irán, redujo considerablemente la capacidad de acción del Kremlin en Siria. Aunque Rusia aún mantiene su base naval en Tartus, la actividad de su Flota del Mar Negro en el Mediterráneo ha disminuido en los últimos meses.
Además, el nuevo gobierno sirio comenzó a restringir el acceso de asesores rusos en áreas clave como inteligencia, seguridad y reconstrucción. Esta limitación marca un progresivo alejamiento de la tutela rusa y refleja un viraje geopolítico de Siria hacia Occidente, en un contexto donde Moscú adoptó una postura más pasiva, concentrando sus esfuerzos en otros frentes internacionales.
El levantamiento de sanciones por parte de Estados Unidos, sumado al incipiente acercamiento entre Siria e Israel, podría abrir una nueva etapa para Medio Oriente, basada en la cooperación regional y la estabilidad a largo plazo. La clave estará en la evolución de las negociaciones multilaterales y en el compromiso real de los actores involucrados para sostener este proceso.
¿Logrará la administración de Donald Trump consolidar esta inédita apertura diplomática y convertir una frágil antesala de paz en un acuerdo duradero que transforme el futuro de la región?
Que el conocimiento no se extinga.