El porcentaje de gente que respira aire considerado “peligroso” por la Organización Mundial de la Salud crece día a día, y gran parte pertenecen a regiones del este y sudeste de Asia. En este caso, cuando se habla de aire peligroso no solo se toma en cuenta la cantidad de dióxido de carbono y partículas finas en el aire, sino también la presencia de las grandes tormentas de polvo y arena que arrasan a estas regiones del mundo. Este fenómeno se trata de un problema ambiental, económico, social, y de salud. Además, es una de las causas más prominentes de muertes prematuras en el mundo.
Las tormentas de arena ocurren cuando fuertes ráfagas de viento levantan grandes cantidades de sedimento, esparciéndolo por todos lados, enturbiando el aire, y llegando a los pulmones de la gente que vive a sus alrededores. Esta es la realidad que viven en países como India, China, Irán, Pakistán, entre otros. Quienes viven en estas regiones inhalan partículas, gases sucios y arena todos los días, lo que causa problemas respiratorios (como asma y bronquitis), enfermedades coronarias, meningitis, etc., y así aumenta la tasa de mortalidad de la población. La salud de los humanos no es la única perjudicada en el asunto, ya que este aire poluido también resulta tóxico para las plantas y animales: reduce la cantidad de cultivos y de productos ganaderos producidos por año en estas regiones y amenaza con su economía y seguridad alimentaria.
¿Y qué hay de la educación? ¿El turismo? ¿Los desastres naturales? Todo está afectado por el mismo problema. Debido a la contaminación aérea y las tormentas, los niños se ven obligados a faltar a la escuela, los vuelos son cancelados, y los accidentes automovilísticos aumentan, disminuyendo la seguridad pública y social. Además, el polvo en el aire se encontró derritiendo los glaciares del Himalayas y la meseta del Tíbet, zonas muy sensibles al cambio climático. Esto no sólo amenaza a la accesibilidad al agua fresca, sino que también hace sonar las alarmas para posibles inundaciones, lo que solo terminaría en un mayor grado de crisis humanitarias y ambientales en estos países.
Todos estos problemas recaen en el bolsillo de aquellos que los padecen. Kaveh Madani afirma:
"Anualmente, las tormentas de polvo y arena le cuestan a Oriente Medio y el norte de África más de 150.000 millones de dólares, un asombroso 2,5% del PIB de la región. En Asia-Pacífico, el impacto económico se estima en 5.600 millones de dólares al año. (2024)"
A pesar de estas grandes cifras, esta problemática ambiental y social sigue siendo exenta de la mayoría de las conversaciones mundiales sobre estos tópicos, y las inversiones hacia su resolución continúan siendo mínimas. Reportes apoyados por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP por su nombre en inglés) afirman que si Indonesia, Cambodia, y Tailandia, lograran desarrollar buenas políticas para combatir la polución aérea, podrían ahorrar aproximadamente 60 billones de dólares en costos de salud pública. Estas políticas no sólo ayudarían a ahorrar dinero y reducir la presión hospitalaria, sino que también ayudarían a combatir el cambio climático, dado que varias de las sustancias encontradas en el aire aceleran el calentamiento global, atrapando el calor del sol en nuestra atmósfera.
¿Cómo es la respuesta internacional hacia esta problemática? Las Naciones Unidas, unos años atrás, en 2018, formaron la Coalición para combatir tormentas de polvo y arena. Esta fue pensada para crear conciencia acerca del tema e intentar mejorar la cooperación mundial, cosa que aún continúa en “veremos”. Sin embargo, este pasado julio de 2024, la coalición decidió declarar un período entre 2025 y 2034 en el cual existirá el compromiso para continuar informando al exterior acerca de la gravedad de la situación y para hacer llegar los recursos financieros a estas regiones para mitigar la crisis, así como mejorar la cooperación internacional.
Solo queda esperar y tener la esperanza de que la cooperación internacional y la presión externa ayuden a que la crisis, una clara evidencia del cambio climático, cese.
Que el conocimiento no se extinga.