El 25 de mayo de 1963, representantes de 32 países africanos se reunieron en Adís Abeba, Etiopía, para fundar la Organización de la Unidad Africana (OUA), un organismo regional creado con el objetivo de promover la unidad y la solidaridad entre los estados africanos recién independizados. Este acontecimiento marcó un punto de inflexión en la historia del continente, en pleno proceso de descolonización y construcción de nuevas identidades nacionales.
La creación de la OUA fue impulsada por figuras públicas prominentes como Kwame Nkrumah (primer presidente de Ghana), Haile Selassie (emperador de Etiopía), Julius Nyerere (primer presidente de Tanzania), entre otros líderes panafricanistas. Todos ellos coincidieron en la necesidad de establecer un marco de cooperación que fortaleciera la autodeterminación política, fomentara el desarrollo económico y cultural, y ayudara a erradicar el colonialismo y el apartheid aún presentes en el continente.
El origen del Día de África se remonta a 1958, cuando se celebró en Accra, capital de Ghana, la primera Conferencia de Estados Independientes Africanos. Fue la primera vez que países africanos se reunían para debatir sobre el destino de su continente con una visión panafricanista. De este encuentro resultó la declaración del el “African Freedom Day”, conmemorado inicialmente cada 15 de abril. Con la fundación de la OUA en 1963, la fecha fue trasladada al 25 de mayo y adoptada como Día de África. Su conmemoración anual refleja el compromiso continuo con la independencia, la soberanía y la integración de las naciones africanas.
La OUA se fundó con la misión de fomentar la unidad y solidaridad entre los países africanos, erradicar todas las formas de colonialismo, defender la integridad territorial de los estados miembros y promover la cooperación en áreas económicas, sociales, culturales y científicas. Para ello, se estableció un marco institucional de concertación diplomática que, aunque limitado, sentó las bases para el fortalecimiento de la voz africana en los foros internacionales.
Entre sus principios, destacaban el respeto a las fronteras establecidas en el periodo colonial, la no injerencia en los asuntos internos de otros estados y la resolución pacífica de controversias. No obstante, estos mismos principios condicionaron su eficacia para actuar en conflictos internos o violaciones sistemáticas de derechos humanos.
Estas críticas a su falta de mecanismos coercitivos y su limitada capacidad operativa llevaron a impulsar una reforma estructural, que se materializó con la firma de la Declaración de Sirte en 1999 y, finalmente, con la creación de la Unión Africana (UA) en 2002. Esta nueva institución heredó los principios de la OUA, pero con mayores competencias y mecanismos para abordar desafíos contemporáneos como la seguridad, el cambio climático y la gobernanza democrática.
Durante las décadas siguientes a su fundación, la OUA acompañó procesos clave en la región, como la descolonización del África Austral, el aislamiento diplomático del régimen del apartheid en Sudáfrica y el impulso a organizaciones subregionales como la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) o la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC).
La SADC, que tuvo su origen en 1980 como la Conferencia de Coordinación del Desarrollo del África Austral (SADCC), estaba formada por nueve países que buscaban reducir su dependencia económica del entonces régimen del apartheid sudafricano. En 1992, la SADCC fue transformada oficialmente en la Comunidad de Desarrollo de África Austral (SADC), dotándola de una estructura institucional sólida mediante la firma de la Declaración y el Tratado de Windhoek. La SADC es un ejemplo destacado de cooperación regional enfocada en el desarrollo económico, la estabilidad política y la integración.
Más allá de las celebraciones, el Día de África pone en primer plano los desafíos persistentes del continente. Entre ellos se encuentran la inseguridad alimentaria, el acceso limitado a la atención sanitaria, la inestabilidad política y las consecuencias del cambio climático. África es una de las regiones más vulnerables a la crisis climática. La desertificación, las sequías prolongadas, las inundaciones y el aumento del nivel del mar afectan gravemente a la agricultura, de la cual depende gran parte de la población. Como consecuencia, más de 800 millones de personas sufren inseguridad alimentaria, y se estima que para 2030 el número de personas subalimentadas alcanzará los 433 millones, según datos de la FAO.
En materia de salud, muchas regiones, especialmente las rurales, aún enfrentan serias dificultades: escasez de personal médico, infraestructura deficiente y prevalencia de enfermedades tanto transmisibles como no transmisibles. A esto se suma la carga que imponen los conflictos armados en los distintos Estados africanos, generando desplazamientos masivos, crisis humanitarias y retrocesos en los indicadores de desarrollo.
Hablar del Día de África es, en esencia, hablar de la historia de un continente que, pese a los obstáculos derivados de la colonización, los conflictos internos y las crisis económicas, mantiene una determinación firme de avanzar. Desde la firma de la carta de la OUA en 1963 hasta la puesta en marcha de la Agenda 2063 de la Unión Africana, los Estados africanos han demostrado que la búsqueda de unidad, desarrollo inclusivo y paz no es una aspiración circunstancial, sino una meta permanente.
Cada 25 de mayo se renueva el compromiso de transformar las dificultades en oportunidades, afianzar la integración regional, impulsar la industrialización propia, afrontar el cambio climático con soluciones locales y reforzar la gobernanza democrática. Este espíritu resiliente y colaborativo refleja la convicción de que el porvenir del continente depende, ante todo, de la capacidad de sus pueblos para trabajar juntos y proyectar su voz en el escenario global.
Celebrar el Día de África, entonces, no es solo rememorar un hito histórico; es reafirmar la voluntad colectiva de seguir adelante y construir un futuro más próspero y equitativo para todas las naciones africanas.
Que el conocimiento no se extinga.