Un día como hoy, a las 5:20 de la mañana, en un vagón de tren en el bosque de Compiegne, Francia, representantes del Imperio Alemán se rindieron ante los Aliados, y firmaron el Armisticio de Compiègne, que pondría fin a las hostilidades ese mismo día. Este acuerdo preparó el camino para la firma de los tratados de paz y marcó el inicio de la posguerra, una etapa marcada por la contienda y una serie de transformaciones que impactaron profundamente las relaciones internacionales y reconfigurarían el equilibrio de poder global.
Sin embargo, en los frentes, el combate no cesó hasta las 11hs, muchas unidades de artillería continuaron disparando contra objetivos alemanes, que seguían órdenes de los altos mandos aliados de mantener la presión hasta el último minuto. Este esfuerzo se debió a la intención de infligir el máximo daño posible y evitar cualquier oportunidad de recuperación alemana que pudiera prolongar el conflicto o fortalecer su posición en futuras negociaciones. Soldados de ambos bandos fueron imprudentemente enviados a luchar hasta los últimos momentos de la guerra, en un esfuerzo final que se saldó con 2,738 vidas en solo unas horas. Henry Gunther, un soldado estadounidense, generalmente reconocido como el último combatiente muerto en acción en la Primera Guerra Mundial, fue abatido 60 segundos antes de que el armisticio entre en vigor mientras atacaba a tropas alemanas que, ya conscientes del acuerdo, habían cesado el fuego.
Tras años de combate, Europa sufrió un enorme desgaste económico, social, humanitario y político. Al finalizar la guerra, comenzó un proceso de inestabilidad política internacional que marcaría las décadas siguientes. Francia, el país más dañado de la Triple Entente, pretendía culpar por completo a Alemania de los daños e imponer severas reparaciones económicas. Este proceso de posguerra también fue crucial para Estados Unidos, que emergió como la principal potencia mundial. A diferencia de las naciones europeas, EE.UU. no había sufrido combates en su territorio y había ingresado al conflicto en una fase avanzada, cuando los demás países ya estaban profundamente desgastados. Tras la creación de la Sociedad de Naciones en 1919, EE.UU. aspiraba a consolidarse como una potencia mundial mediante la paz y la diplomacia. En lugar de expandirse territorialmente, el gobierno de Washington promovía un nuevo orden internacional basado en la estabilidad y cooperación, conforme al idealismo wilsoniano, proponiendo la Sociedad de Naciones para prevenir futuros conflictos. Con esta estrategia, EE.UU. buscaba asumir un rol de liderazgo global, no a través de la colonización directa, sino mediante una influencia política y económica que fortaleciera su posición en el escenario internacional emergente.
En este contexto de posguerra, las potencias europeas aprovecharon la caída del Imperio Otomano y el Imperio Alemán para intervenir en Medio Oriente, imponiendo sus intereses en territorios como Iraq, Siria, Palestina, Jordania y Líbano. A través del acuerdo Sykes-Picot de 1916, Gran Bretaña y Francia dividieron esta región en zonas de influencia, trazando fronteras que ignoraban las identidades y dinámicas locales. Paralelamente, la Declaración Balfour de 1917, emitida por el gobierno británico, prometía el establecimiento de un “hogar nacional” para el pueblo judío en Palestina, mientras que los británicos también habían hecho promesas a líderes árabes, comprometiéndose a apoyar su independencia si se sublevaban contra los otomanos. Este doble juego de promesas opuestas generó un conflicto entre las aspiraciones de autodeterminación de los pueblos árabes y los intereses coloniales de las potencias, sentando las bases para tensiones que persisten hasta hoy en día en la región.
Tan solo meses después del fin de la Primera Guerra Mundial, se fundó la Sociedad de las Naciones: un organismo internacional que buscaba resolver conflictos y preservar la paz mediante la diplomacia y el diálogo, evitando así nuevas guerras. Sin embargo, a pesar de su noble objetivo, la Sociedad de las Naciones carecía de mecanismos eficaces para hacer cumplir sus decisiones y dependía en exceso de la cooperación voluntaria de los Estados miembros, lo que limitó gravemente su capacidad de actuación. Estados Unidos, a pesar de haber impulsado su creación, no se unió a la organización, lo que debilitó su influencia desde el principio.
Por otro lado, el Tratado de Versalles impuso severas sanciones a Alemania, obligándola a aceptar la culpa exclusiva de la guerra y a pagar indemnizaciones desproporcionadas. Estas reparaciones llevaron a una grave crisis financiera en el país, desencadenando una hiperinflación que arrasó con el valor de su moneda y forzó a Alemania a depender de préstamos internacionales, principalmente de Estados Unidos. Estas sanciones asfixiantes generaron un profundo resentimiento y favorecieron el surgimiento de un nacionalismo extremo en Alemania, que años después se convirtió en el detonante de un segundo conflicto mundial. La incapacidad de la Sociedad de las Naciones para moderar estos conflictos emergentes y contener el resentimiento nacionalista en Europa reflejó su fragilidad como garante de la paz.
La firma del Armisticio de 1918, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, fue el primer paso en un proceso de reconfiguración global cuyas repercusiones se extienden hasta la actualidad. Los tratados y acuerdos de la posguerra, como el Tratado de Versalles, el acuerdo Sykes-Picot y la Declaración Balfour, redibujaron fronteras y plantaron las semillas de futuros conflictos. Las imposiciones económicas a Alemania crearon el caldo de cultivo para el auge del nacionalismo radical que desataría la Segunda Guerra Mundial; mientras que la intervención europea en el Medio Oriente, a través de fronteras artificiales y promesas contrapuestas a árabes y judíos, generó tensiones territoriales y étnicas que aún persisten. La creación de la Sociedad de las Naciones, aunque inspirada en la paz y la diplomacia, fue insuficiente para mitigar estos conflictos emergentes, mostrando las limitaciones de un sistema internacional que carecía de la cohesión y autoridad necesarias. En definitiva, el armisticio y los acuerdos que le siguieron no sólo marcaron el cierre de un conflicto, sino que inauguraron una nueva era de desafíos y rivalidades que siguen definiendo el mapa geopolítico hasta el día de hoy.
Que el conocimiento no se extinga.