Democracy dies in darkness (la democracia muere en la oscuridad) es el slogan del Washington Post, uno de los principales diarios de Estados Unidos. Sin embargo, la llegada de diversos líderes con tintes autoritarios mediante elecciones alrededor del mundo nos hace replantearnos si las democracias realmente mueren en la oscuridad o si, en realidad, la democracia muere a la luz del día y a la vista de todos.
En febrero del 2017, poco después de la llegada de Donald Trump al poder, el Washington Post, uno de los principales críticos de la candidatura de Trump, decide adoptar un slogan por primera vez en sus 140 años de historia. Democracy dies in darkness, hace referencia al contexto en el que se encontraban los Estados Unidos ni bien asume Donald Trump la presidencia. Un outsider de la política, alguien que durante la campaña electoral había sido especialmente violento con los medios de comunicación y sus opositores políticos.
La llegada al poder de Donald Trump en 2017 ciertamente puso a prueba la solidez de las instituciones democráticas estadounidenses. En 2021, hacia el final de su presidencia, el asalto al Capitolio ocurrido el 6 de enero terminó de confirmar un hecho preocupante: los Estados Unidos seguían siendo una democracia, pero esta se había debilitado considerablemente en los últimos cuatro años.
Sin embargo, y a diferencia de los acontecimientos que caracterizaron la muerte de la democracia en gran parte del siglo XX, esta vez la democracia parece morir no en la oscuridad: con bombardeos sobre las ciudades capitales o con golpes de Estado que imponen un Estado de sitio. Hoy en día, parece que la democracia muere a la luz del día, con gobernantes elegidos democráticamente, pero que cercenan y quiebran las instituciones democráticas desde adentro, a la vista de toda la sociedad.
En el año 2018 los politólogos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt de la Universidad de Harvard publicaron un libro que se convirtió en un verdadero bestseller en el mundo de la Ciencia Política: Cómo mueren las democracias. En el libro, los autores analizan la llegada de Donald Trump a la Presidencia y ofrecen posibles soluciones para preservar la democracia como el fortalecimiento de los Partidos Políticos, sobre todo los partidos conservadores, como el Partido demócratacristiano en Alemania. La polarización política, así como la violencia dentro del discurso político son elementos hoy presentes en la política estadounidense pero ausentes antes de las elecciones de 2016.
El triunfo de Trump en un país que se jacta de poseer una democracia ininterrumpida por más de 200 años presentaba un enigma para el resto del mundo: ¿surgirán candidatos similares? ¿Cuál será la mejor forma de defender la democracia?
Ciertamente, en los últimos años surgieron alrededor del mundo, desde Europa hasta Sudamérica, diversos candidatos outsiders o antisistema que se identificaban con Donald Trump. La democracia liberal que se había instalado en la segunda mitad del siglo XX en Occidente y que comenzaba a desarrollarse en Europa del Este luego de la caída del Muro de Berlín se encontraba en tela de juicio en un contexto de pospandemia y posverdad donde la desinformación y las teorías conspirativas están a la orden del día.
La década de los 2020 parece, en parte inusualmente similar a la década de 1920, cuando la desconfianza y el escepticismo hacia la democracia liberal imperaban en gran parte del mundo. Cuando se habla de la “muerte de la democracia” el ejemplo paradigmático para ilustrar este fenómeno es el caso de la República de Weimar. La República de Weimar, la primera experiencia democrática en la historia de Alemania parecía destinada a fracasar casi desde su fundación: desde la hiperinflación hasta la gran depresión de 1929 la República tuvo que afrontar diversas crisis que la hirieron casi de muerte. Finalmente, en un contexto con millones de desempleados y la mayoría de la población sumida en la pobreza, Adolf Hitler, del Partido Nacionalsocialista obrero alemán, ganó las elecciones legislativas y se convirtió en Canciller de Alemania en enero de 1933. En cuestión de semanas, Hitler convirtió una incipiente democracia en uno de los regímenes totalitarios más terroríficos que jamás existieron.
El fracaso de la República de Weimar se explica por varios motivos: inestabilidad política y económica, instituciones poco sólidas, etc. Sin embargo, una de las principales razones por las cuales no prosperó esta democracia radica en que para la mayoría de los alemanes se trataba de un gobierno “impuesto” por los vencedores de la Gran Guerra. Es decir, la República de Weimar era una “república sin republicanos”.
Ninguno de los líderes antisistema que surgieron en la última década merecen ser comparados con Adolf Hitler, pero la enseñanza que nos deja la República de Weimar radica en que resulta muy sencillo erosionar una democracia, sobre todo si la misma no cuenta con demócratas que estén dispuestos a defenderla.
Aunque siempre existen honrosas excepciones. El 23 de marzo de 1933, día en que se discutió en el Parlamento alemán la Ley Habilitante que le otorgaría a Hitler la posibilidad de gobernar sin el Parlamento, Otto Wels del Partido socialdemócrata pronunció un discurso que quedaría en la historia como la única voz que se opuso a Hitler pronunciando las siguientes palabras: “Nos pueden quitar la libertad y la vida, pero no nuestro honor”.
Las palabras de Wels nos recuerdan que, incluso en el lecho de muerte de la democracia liberal, defender el honor, la libertad y los derechos individuales es una obligación para aquellos representantes que se consideren democráticos. Wels fue perseguido por el régimen nacionalsocialista, por lo que tuvo que exiliarse en Francia, donde falleció años más tarde. Sin embargo, sus palabras se convirtieron en un símbolo de la resistencia contra el nazismo.
Aquel 24 de marzo de 1933, fecha de defunción de la República de Weimar, fue una noche oscura. No obstante, es importante reflexionar sobre si la agonía de estas democracias no comienza en realidad a la luz del día, mientras los ciudadanos observan como se erosionan las instituciones democráticas paulatinamente.
Noventa años después de estos acontecimientos la democracia liberal se encuentra nuevamente ante una crisis que podría herirla gravemente. La solidez de las democracias actualmente depende de representantes democráticos comprometidos como Otto Wels que estén dispuestos a enfrentar a los autócratas hasta las últimas consecuencias, incluso si son la única voz disidente en la habitación.
Que el conocimiento no se extinga.