El Primer Ministro británico, Keir Starmer del Partido Laborista de centroizquierda, afirmó que el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte se había convertido en una “Isla de extraños”, haciendo referencia a la supuesta poca integración de los inmigrantes en la sociedad británica.
Estas declaraciones no habrían llamado tanto la atención si hubieran provenido de un representante de la derecha o centroderecha, desesperado por mantener su electorado ante el avance de partidos ultra. Que las haya pronunciado Starmer, un político que hace un año era señalado como la esperanza de la centroizquierda europea, genera interrogantes sobre cómo los partidos considerados democráticos pueden hacer frente a los desafíos contemporáneos sin caer en la tentación retórica de la extrema derecha.
En este sentido, se puede hacer referencia a la obra de teatro Los Rinocerontes, escrita por el dramaturgo francés de origen rumano Eugene Ionescu. Esta obra transcurre en un pequeño pueblo francés durante los años 30. Allí, en medio del avance del fascismo, los habitantes del pueblo se van convirtiendo en rinocerontes a medida que se acercan más a las posiciones fascistas.
Actualmente, parece que muchos políticos de distintas orientaciones, incluso aquellos que se presentan como progresistas, están adoptando el discurso de la extrema derecha para intentar apelar a una sociedad que se derechizó velozmente en los últimos años.
Keir Starmer
Sobre todo en Europa, la cuestión de la emigración y los desafíos que estos procesos generan en las sociedades del viejo continente. En Gran Bretaña, una sociedad que se diversificó mucho tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los partidos de extrema derecha señalaron a los inmigrantes como culpables de la recesión económica en la que se encuentra el país.
Durante la campaña del Brexit el partido Reform UK, especialmente euroescéptico, afirmó que el desempleo en el Reino Unido se debía a que la mayoría de los inmigrantes comenzaban a realizar trabajos precarizados que antes eran ejercidos por británicos. Este discurso penetró de forma tal en la sociedad que, en junio de 2016, el Reino Unido votó a favor de abandonar la Unión Europea.
En este contexto, las clásicas consignas progresistas de integración y apertura parecen no apelar al electorado de la forma que lo hacían antaño. Así mismo, el surgimiento de partidos populistas de extrema derecha, que conectan con la clase trabajadora de una forma que nunca logró la derecha tradicional, puso a las izquierdas en una encrucijada compleja: cómo se pueden atraer a estos votantes sin perder la esencia del partido.
Ante una izquierda que renunció a las utopías, el Partido Laborista, que ganó las últimas elecciones generales por un amplio margen, está perdido después de su primer año de gobierno. No encuentra el rumbo en un país que aún no resolvió los problemas ocasionados por el Brexit.
Luego del creciente éxito de Reform UK en las elecciones locales, Starmer arremetió contra los migrantes con una dureza impropia de un socialdemócrata como él. Parece que muchos partidos democráticos a fin de vencer a la extrema derecha, se están convirtiendo en rinocerontes que no aspiran a preservar ningún rasgo de empatía humana.
Si otros líderes democráticos siguen el ejemplo de Starmer, corren el riesgo de convertirse también en rinocerontes y dejar de representar a un electorado progresista que se encuentra huérfano de referentes políticos.
Que el conocimiento no se extinga.