La violencia de los colonos y el Ejército israelí se cobra la vida de palestinos de Cisjordania de forma cotidiana. Un asesinato reciente nos invita a reflexionar sobre la intención del Estado de Israel de atacar la sociedad civil palestina.
Está semana, un colono israelí asesinó en plena luz del día a un joven activista palestino por la paz, llamado Awda Hathaleen. Según quienes lo conocieron, Awda Hathaleen era una persona ejemplar. Se desempeñaba como profesor de inglés y fue uno de los realizadores del film No Other Land, premiado como mejor documental en la última entrega de los Premios Oscar.
Este documental tiene por objetivo retratar la demolición de casas en la ciudad palestina de Massafer Yatta por parte del Ejército israelí. No es casual está forma de violencia dirigida hacia Hathaleen. El impacto de No other Land en la opinión pública mundial fue enorme. En marzo pasado, otro de los realizadores del film fue arrestado y torturado por el Ejército.
Yinon Levi, principal acusado del crimen, fue liberado pocas horas después, mientras que familiares y amigos de la víctima fueron arrestados.
Es importante mencionar que Levi recibió sanciones tanto por parte del gobierno de los Estados Unidos, como de Estados miembros de la Unión Europea. Con la llegada al poder de Donald Trump en enero pasado, las sanciones estadounidenses fueron retiradas.
El Ejército israelí se negó a entregar el cuerpo de Hathaleen y solo accedió a hacerlo si no se le daba sepultura. En protesta, todas las mujeres de la aldea palestina de Umm al Kheir, ubicada al sur de Hebrón, decidieron iniciar una huelga de hambre para reclamar por su derecho a enterrarlo.
Al igual que en la tragedia griega Antígona, la fuerza de las mujeres para honrar a sus deudos impresiona en un contexto donde los palestinos son asesinados impunemente en Gaza y Cisjordania, ante la pasividad total de gran parte de la Comunidad internacional.
En la obra de Sófocles, Antígona se rebela contra Creonte, soberano de Tebas y representante del poder político de la polis, para darle sepultura a su hermano Polinices, declarado traidor e insepulto por Creonte.
Para la joven Antígona, honrar a los dioses y respetar los ritos fúnebres es infinitamente más relevante que obedecer los designios terrenales del tirano. Para las mujeres palestinas, enterrar a Hathaleen es una forma de devolverle la dignidad que no tuvo en vida, una vida signada por la humillación de la ocupación y la violencia de los colonos y el Ejército israelí.
En la Cisjordania ocupada rige, según una opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia, un sistema de segregación. Esto significa que los habitantes palestinos no tienen derecho a la justicia, a la dignidad y, en algunas ocasiones, ni siquiera tienen derecho a la vida.
Las Antígonas palestinas son una muestra de valentía y coraje en un territorio donde la violencia y la impunidad son la norma. Para ellas, despedir dignamente a Awda Hathaleen es más valioso que seguir los designios del Ejército de ocupación, un Creonte que humilla y niega sus derechos a los palestinos a diario.
Finalmente, Israel entregó el cuerpo de Hathaleen, pero no permitió que sus amigos israelíes y palestinos residentes en otros pueblos asistieran a su funeral. Solo sus familiares y amigos más cercanos pudieron despedirlo.
Que el conocimiento no se extinga.