A lo largo de la historia ha sido demostrada la notable influencia del papado en la política y en la diplomacia, utilizando su autoridad moral y religiosa para influir en conflictos bélicos, mediar entre partes enfrentadas y construir la paz entre naciones en busca de la estabilidad global.
Desde sus inicios, la Santa Sede ha desempeñado un rol como mediador e interventor en conflictos bélicos. En la Edad Media, los papas actuaban como intermediarios entre los reinos cristianos. Con la llegada de los Estados-nación, tras la Paz de Westfalia y el establecimiento de los organismos internacionales, la diplomacia vaticana se consolidó como un instrumento de negociación global, realizando intervenciones en tratados de paz y en la resolución de disputas internacionales.
Uno de los casos en los que se vio reflejada la actuación del Vaticano ante conflictos entre naciones fue en el conflicto sobre el Canal de Beagle.
En esta oportunidad el Papa Juan Pablo II (1978–2005) tuvo un rol destacado. Recién asumido, el pontífice se vio ante la necesidad de intervenir en el conflicto entre Argentina y Chile por el canal de Beagle para evitar así una guerra que parecía inminente.
El conflicto entre ambas naciones se desarrollaba en torno a una disputa territorial sobre la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lennox, ubicadas al sur del canal, una zona no delimitada con claridad en el Tratado de 1881.
En 1977, un laudo arbitral internacional otorgó esas islas a Chile, pero Argentina lo rechazó, lo que llevó a una grave tensión militar en 1978. En ese momento, tanto Chile como Argentina estaban bajo dictaduras militares.
En Argentina, el poder estaba en manos de una junta militar que había tomado el gobierno en 1976 e instaurado una dictadura caracterizada por la represión, la censura y las violaciones a los derechos humanos. En Chile, desde 1973 gobernaba la dictadura de Augusto Pinochet, también instalada tras un golpe de Estado, con un régimen autoritario y represivo.
Ambos gobiernos compartían una lógica de poder centrada en lo militar, en la defensa del orden y en el nacionalismo. Esto favoreció una escalada del conflicto, ya que ambas dictaduras utilizaban el enfrentamiento como forma de reforzar su legitimidad interna y desviar la atención de las crisis sociales y económicas.
Este desacuerdo que llegó a su punto de mayor tensión en 1978, se resolvió pacíficamente debido a la intervención del papa. El 2 de diciembre de 1978, con profundo dolor, Juan Pablo II realizó un llamado a la paz entre Argentina y Chile.
Tras el llamado del papa, el 8 de enero de 1979, los cancilleres de ambos países volvieron a reunirse, esta vez en Uruguay, donde firmaron ante el cardenal Antonio Samoré el Acta de Montevideo, en la que ambos gobiernos pedían formalmente al Vaticano su intervención para encontrar una solución pacífica y se comprometían a no hacer uso de la fuerza ni tomar medidas que afectaran la armonía entre ambas naciones.
Finalmente, siete años más tarde -después de varios intercambios acerca de las propuestas del Vaticano sobre cómo resolver la disputa territorial-, en 1984, ambos países firmaron el Tratado de Paz y Amistad, el cual dio fin a la disputa entre las naciones vecinas del sur.
La mediación del papa Juan Pablo II en el conflicto del canal de Beagle demostró cómo la autoridad moral y diplomática del papado puede desempeñar un rol decisivo en la prevención de guerras, incluso en contextos complejos y tensos marcados por regímenes autoritarios. Su intervención permitió que Argentina y Chile superaran sus diferencias mediante el diálogo y la negociación pacífica, sentando un precedente histórico en la resolución de disputas internacionales.
Que el conocimiento no se extinga.