La negociación se realizó en la pequeña ciudad de Tordesillas, en España, y estableció una línea divisoria imaginaria que corría de polo a polo a unas 370 (1900km) leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Todo lo que quedara al oeste de esa línea pasaba a manos de España, mientras que lo situado al este quedaba reservado para Portugal. Este detalle resultó decisivo, porque dejó dentro de la parte portuguesa la franja de Sudamérica que luego se convertiría en Brasil.
Los antecedentes del tratado muestran una sucesión de tensiones. En 1479, el Tratado de Alcáçovas había definido las áreas de exploración de cada reino: Castilla conservaba las Canarias y Portugal obtenía derechos sobre Madeira, Azores, Cabo Verde y las tierras al sur. Sin embargo, ese acuerdo se había pensado para el Atlántico conocido y para África, no para territorios que aún no figuraban en los mapas europeos.
En 1492, el viaje de Cristóbal Colón abrió un nuevo escenario. Al regresar en 1493, pasó por Lisboa para informar de sus hallazgos, lo que llevó a Portugal a reclamar esas tierras en base al acuerdo previo. Los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se opusieron porque sostenían que Alcáçovas no podía aplicarse a esas “Indias” recién descubiertas, que eran algo distinto de lo pactado en África.
Ante esta disputa, recurrieron al papa Alejandro VI, de origen español. El pontífice emitió las llamadas Bulas Alejandrinas, entre ellas la Inter Caetera, que establecía otra línea de demarcación cien leguas al oeste de Azores y Cabo Verde, otorgando a Castilla casi todo lo descubierto. Portugal consideró esa decisión inaceptable, ya que lo relegaba a África y Asia.
Ante la amenaza de guerra por parte del rey Juan II de Portugal, quedó claro que la autoridad papal no era suficiente y se optó por una negociación directa que desembocó en el Tratado de Tordesillas. A diferencia de la línea propuesta por el papa Alejandro VI, que dejaba a Castilla casi todo el Nuevo Mundo, el Tratado de Tordesillas movió la línea más al oeste, permitiendo que Portugal conservara la franja que hoy corresponde a Brasil.
El acuerdo perdió sentido práctico durante la Unión Ibérica (1580-1640), cuando España y Portugal compartieron la misma monarquía. En esos años, las fronteras coloniales dejaron de importar y los portugueses pudieron avanzar en Brasil más allá de los límites originales.
Con la Restauración Portuguesa de 1640, las disputas fronterizas volvieron y Portugal defendió que las fronteras debían basarse en la ocupación efectiva de los territorios, es decir, quién los controlaba realmente y no en una línea imaginaria.
Esa visión llevó al Tratado de Madrid en 1750, que reemplazó el acuerdo de Tordesillas por límites naturales, como ríos y montañas, consolidando la expansión portuguesa en Brasil. Posteriores acuerdos, como el de San Ildefonso de 1777, terminaron de fijar las fronteras, mostrando cómo el derecho internacional pasó de basarse en la autoridad religiosa y una cartografía imprecisa a apoyarse en criterios prácticos de dominio efectivo.
Aunque el acuerdo de Tordesillas fue abolido formalmente, su impacto sigue siendo evidente. Gracias a esa línea imaginaria, Brasil se consolidó como país de habla portuguesa en medio de naciones hispanohablantes, un recordatorio de cómo decisiones tomadas en Europa podían cambiar la historia de todo un continente. Este pacto no fue solo un reparto de tierras: tenía un carácter fundamentalmente comercial, definiendo quién podía explotar recursos, controlar rutas y beneficiarse económicamente del Nuevo Mundo.
Además, abrió la puerta a décadas de colonización, guerras locales, expansión de la religión y la cultura europea, y reorganización de territorios según los intereses de España y Portugal. Fue un punto de inflexión que moldeó la geografía política, la economía y la identidad de Sudamérica, demostrando cómo la negociación y el comercio pueden transformar el mundo.
Que el conocimiento no se extinga.