El 7 de junio se celebra el Día del Periodista en Argentina, en conmemoración de la primera publicación de La Gazeta de Buenos Ayres, un diario revolucionario fundado por Mariano Moreno, que vio la luz en 1810 en la ciudad de Buenos Aires con el objetivo de mantener a la sociedad informada sobre los hechos, pensamientos y conductas de sus representantes.
Su impresión estuvo a cargo de la Real Imprenta de Niños Expósitos, ubicada junto a la Iglesia San Ignacio de Loyola (actual esquina de Alsina y Bolívar). Con un lema de “Rara felicidad de los tiempos en los que se puede sentir lo que se quiere y decir lo que se siente” fue reemplazada por el Boletín Oficial el 12 de septiembre de 1821.
Antes de profundizar en el periodismo tal como lo conocemos hoy, es útil hacer un breve recorrido por sus orígenes en el mundo. Desde los primeros intentos de comunicar hechos a una comunidad, hasta la consolidación de quienes asumieron el papel de intermediarios entre los acontecimientos y la sociedad, el periodismo fue tomando forma de manera paulatina, influenciado por cambios políticos, culturales y tecnológicos. Mirar hacia atrás nos ayuda a comprender cómo y por qué surgió la figura del periodista.
Antes de la invención de la imprenta, los libros se reproducían a mano en distintos rincones del mundo. Estas copias, conocidas como manuscritos (del latín manu scriptus, “escrito a mano”), eran laboriosas, costosas y propensas a errores. Además, el acceso a estos textos estaba restringido a las élites religiosas o nobles, ya que el stock era limitado y los precios, elevados.
El gran cambio llegó en 1455, en la ciudad alemana de Mainz, cuando el orfebre Johann Gutenberg desarrolló un sistema revolucionario: caracteres móviles de metal que permitían imprimir múltiples ejemplares con mayor velocidad y precisión. Así nació la imprenta moderna.
La primera gran obra impresa por este sistema fue la Biblia de Gutenberg, también conocida como la Biblia de las 42 líneas. Por primera vez, las Sagradas Escrituras comenzaron a circular en idiomas distintos al latín, lo que marcó un quiebre cultural y religioso.
¿Por qué fue tan importante la imprenta? Porque permitió reducir costos de producción, evitar errores de transcripción y democratizar el acceso al conocimiento. La posibilidad de reproducir libros en grandes cantidades impactó directamente en la alfabetización, la expansión de las ideas y la transformación del orden social.
Fue, sin dudas, uno de los inventos más decisivos de la historia de la humanidad.
La imprenta llegó a Inglaterra a fines del siglo XV, pero recién en 1621 comenzaron a aparecer los primeros antecedentes del periódico. Hasta entonces se publicaban los corantos, una suerte de boletines que difundían las órdenes de la monarquía y noticias sobre asuntos internos.
Con el tiempo, y a medida que las monarquías feudales empezaban a perder fuerza, emergieron nuevas ideas vinculadas a la democracia política. En ese escenario de transformación, la libertad de prensa comenzó a abrirse camino.
El periodismo empezó a consolidarse como un espacio de debate público, herramienta de reivindicación partidista y plataforma para el comentario político. La prensa no solo informaba: también se convertía en un actor clave de la vida pública.
Antes de la independencia de las colonias americanas, declarada el 4 de julio de 1776, el periódico colonial presentaba características muy distintas a las que conocemos hoy.
Una clase media incipiente comenzaba a formarse como público lector. No solo buscaban información sobre transacciones comerciales, sino también ensayos, expresiones políticas y material literario popular. La alfabetización empezaba a expandirse, incluso entre sectores obreros y campesinos.
Los contenidos giraban en torno al control del comercio con Inglaterra, junto a anuncios oficiales y decisiones reales. Estos textos seguían el modelo de los corantos, una suerte de boletines informativos de la monarquía.
Los periódicos se vendían por suscripción y a precios elevados. Esa recaudación era clave para sostener los costos de impresión, en una época en la que todavía no existía la periodicidad ni una prensa verdaderamente masiva.
La mayoría de estos medios eran dirigidos por editores sin gran formación literaria, con una excepción notable: Benjamín Franklin, figura clave en la historia del periodismo y la política estadounidense.
La tecnología era limitada. Se utilizaba la imprenta de Gutenberg, y la producción de papel dependía de la importación de celulosa desde Gran Bretaña. Además, la falta de grandes centros urbanos dificultaba la consolidación de un mercado lector y el desarrollo de una prensa con llegada masiva.
Ese escenario comenzó a transformarse en 1776, con la independencia de las colonias y la conformación de los Estados Unidos. A partir de ese momento, la prensa empezaría a jugar un rol cada vez más relevante en la vida política, social y cultural del nuevo país.
Uno de los primeros cambios significativos fue la consolidación de la propiedad privada y la garantía de la libertad de expresión. En ese nuevo escenario, los periódicos comenzaron a organizarse como plataformas activas de debate político, dando lugar al llamado periodismo ideológico o partidario, donde cada medio representaba y defendía una postura frente al nuevo orden en construcción.
Al mismo tiempo, el Estado de Massachusetts impulsó la sanción de una ley de educación pública, lo que favoreció la alfabetización y amplió la base de lectores potenciales.
En el plano técnico, la tradicional imprenta de Gutenberg fue reemplazada por la imprenta rotativa “Hoe”, una innovación que permitió acelerar el proceso de impresión y reducir los costos de producción. Esto hizo posible que los diarios llegaran a un público cada vez más amplio.
También se comenzó a fabricar papel con celulosa de origen nacional, lo que redujo la dependencia de la importación británica y abarató aún más los ejemplares.
Así, entre leyes, inventos y nuevas formas de circulación, se sentaron las bases para lo que luego sería la prensa de masas en el siglo XIX.
A comienzos del siglo XIX, varios impresores y editores comenzaron a experimentar con una idea revolucionaria: crear un periódico barato, que pudiera venderse por ejemplar suelto y no por suscripción, con el objetivo de llegar a las masas urbanas.
La fórmula fue finalmente encontrada por Benjamin H. Day, quien fundó el New York Sun el 3 de septiembre de 1833 bajo un lema claro y contundente: “Brilla para todos”. La consigna hacía alusión al acceso universal al periódico, sin distinción de clase social.
Day comprendió que la noticia podía ser también una forma de entretenimiento. Así, incorporó el relato de acontecimientos con tono dinámico y emocional, y dio origen al sensacionalismo: destacar un aspecto llamativo de la realidad, dejando otros en segundo plano. Este enfoque se convirtió en un recurso gráfico, verbal e intelectual que marcaría a la prensa popular.
Publicación impresa del Sun, que afirmaba la existencia de seres humanos en la luna. Una noticia falsa que generó gracia entre su audiencia cuando fue denunciado (fuente: The New York Sun, 1835).
El Sun encontró rápidamente a su público entre la clase obrera, que en ese entonces comenzaba a alfabetizarse. Con este fenómeno, también surgió el oficio de canillita: jóvenes vendedores callejeros que ofrecían el periódico a tan solo un centavo, gritando titulares para captar la atención de los transeúntes.
En busca de atraer aún más lectores, el equipo del Sun incluso elaboró un falso informe sobre el supuesto descubrimiento de vida en la Luna. Cuando el engaño fue expuesto por otro medio, la audiencia lo recibió con humor: la historia había resultado tan entretenida, que muchos no se sintieron estafados.
El principal competidor de Day fue James Gordon Bennett, quien con apenas 500 dólares y una precaria oficina en un desván fundó el New York Herald. Su diario ofrecía una mezcla explosiva: cubría crímenes, escándalos, relatos de depravación y noticias de la alta sociedad, pero también abordaba con eficacia temas políticos, financieros y de interés general. Así, el Herald se convirtió en un ejemplo de cómo la prensa podía informar y, al mismo tiempo, captar audiencias masivas apelando a la curiosidad y el drama.
Durante la década de 1880, el periodismo vivió una transformación radical. En busca de lectores, comenzó a gestarse una competencia feroz entre grandes medios, marcada por un alto nivel de sensacionalismo. En este contexto, la ética, el derecho a la privacidad y hasta el libre albedrío fueron a menudo relegados en nombre de un único objetivo: vender más ejemplares.
En Nueva York, los magnates William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer protagonizaron una batalla sin tregua por la circulación. Ambos utilizaron todos los recursos a su alcance: desde titulares llamativos y redacción emocional hasta trucos narrativos y experimentación con nuevas secciones y formatos. El objetivo era uno solo: captar la atención del lector a cualquier costo.
Fue en ese marco que, hacia 1890, surgió el término periodismo amarillo. La expresión proviene de una tira cómica muy popular en aquel momento: The Yellow Kid, que se publicaba en periódicos de ambos bandos. La historieta, protagonizada por un niño calvo vestido de amarillo que vivía en un gueto, simbolizó el tono de la prensa de la época: provocadora, impactante y sensacionalista.
Este estilo de hacer periodismo no tardó en generar críticas. Numerosos sectores de la sociedad comenzaron a cuestionar los métodos y contenidos de estos diarios. Como respuesta, las autoridades y las propias asociaciones profesionales establecieron códigos de ética y normas de conducta para regular el ejercicio de la prensa. Así surgieron los primeros cánones del periodismo, destinados a guiar el trabajo de editores y periodistas, y a trazar una línea entre la libertad de prensa y la responsabilidad profesional.
A más de dos siglos de aquella primera Gazeta, y con un mundo atravesado por la digitalización, las redes sociales y la inmediatez, el periodismo sigue siendo una práctica esencial para las democracias. Ya no se imprime en tipografías de plomo ni depende de canillitas en las esquinas, pero mantiene su compromiso con la verdad, la interpretación crítica y la búsqueda de justicia.
En tiempos de sobreinformación, fake news y algoritmos, el desafío es aún mayor: construir una narrativa rigurosa, plural y honesta que no solo informe, sino que también forme. En ese sentido, volver a mirar los orígenes no es una nostalgia, sino un acto de memoria activa que nos recuerda por qué hacemos periodismo y para quiénes.
Porque, como decía Mariano Moreno en las páginas fundacionales de nuestra historia: “Los pueblos no deben contentarse con que se haga justicia, deben exigir que se haga pública”.
Que el conocimiento no se extinga.