La invasión militar especial de Rusia a Ucrania, iniciada en la madrugada del 24 de febrero de 2022, se encuentra estancada desde su primer año, demostrando no tener una solución a corto plazo y menos por la vía militar. Esa triste madrugada miles de ucranianos se despertaban por el sonido de los bombardeos rusos a objetivos estratégicos. Las tropas ucranianas tomadas por sorpresa y en esos momentos desordenados por el desconcierto y sometidas a ataques psicológicos, enfrentaron dificultades para defenderse en las primeras horas.
Inicialmente esta ofensiva tuvo un éxito abrumador, las tropas rusas ingresaron con apenas poca resistencia, los soldados ucranianos lucharon con valor, pero sobrepasados por las tropas rusas y poco provistos de armamento y cobertura, poco podían hacer para impedir el avance de aquel segundo ejército más poderoso del mundo que lanzaba sus acorazados por toda la frontera rusa y bielorrusa. Esta rapidez en su ofensiva, propia de una Blitzkrieg hizo pensar a muchos que el avance ruso sería imparable y que tomarían Kiev en muy poco tiempo.
Los principales medios de comunicación narraban con desconcierto como la tan temida invasión rusa hacia Ucrania se hacía realidad, los canales de telegram transmitían videos e imágenes en tiempo real; mostraban como los vehículos militares rusos se adentraban en territorio ucraniano y pasando por los controles fronterizos; como Rusia realizaba sus primeras operaciones de despliegue y tomaba el aeropuerto Antonov, a pocos kilómetros de Kiev, que serviría para desplegar más unidades rusas dentro del corazón del país (ataque posteriormente rechazado por el ejército ucraniano). Las unidades rusas y los Spetsnaz (fuerzas de designación especial) demostraban su supremacía y experiencia militar.
Pero a medida que pasaban las horas y los días algo ocurría; las fuerzas rusas empezaban a estancarse. El desorden y la mala logística empezaba a hacer su aparición en el escenario bélico, con imágenes que llamaba la atención: tanques rusos siendo arrastrados por agricultores ucranianos, raciones de comida rusas vencidas, chalecos antibalas en mal estado. ¿Por qué el segundo ejército más poderoso del mundo estaba mostrando tantas deficiencias? ¿Su obvia derrota a las afueras de Kiev se debió únicamente al apoyo proporcionado por EE.UU. e Inglaterra a Ucrania, o hubo algo más oculto, algo que minó su capacidad ofensiva, algo arraigado en sus instituciones y en las entrañas del estado ruso? Este artículo de opinión sostiene que los problemas y deficiencias logísticas y operativas del ejército ruso, no fueron únicamente meros fallos de planificación, sino que son el vivo resultado de una corrupción institucional arraigada que minó la capacidad militar rusa.
Hay que tener en cuenta que la guerra de agresión iniciada por Rusia contra Ucrania ha cambiado la forma en la que entendemos el devenir de los conflictos armados. Más allá de consideraciones tradicionales como la capacidad de armamento, la disponibilidad de personal o los avances tecnológicos militares, este conflicto ha puesto de manifiesto la importancia de la transparencia, la rendición de cuentas y la integridad institucional por encima de los favoritismos. En una conflagración de alta intensidad, la ventaja del oponente no solo se puede medir por la capacidad de su artillería, lo robusto de su ejército, la cantidad de sus tanques, o la capacidad de sus misiles intercontinentales; sino que también depende de la integridad y solidez de los valores en su cadena de mando. La corrupción que solemos asociar meramente al ámbito económico, ha sido en este caso uno de los principales obstáculos militares para Rusia.
En el caso ruso podemos notar que la ofensiva inicial rusa ha sorprendido notablemente, no por su precisión ni por su supuesta capacidad operativa, sino por sus graves problemas logísticos que demostró en el campo de batalla. Meses antes de la invasión, Rusia había logrado concentrar hasta un tercio de su ejército en sus fronteras con Ucrania, so pretexto de llevar a cabo ejercicios militares conjuntos con Bielorrusia, esto requirió de un enorme despliegue de unidades y equipamiento para su abastecimiento; ello gracias a sus redes ferroviarias que facilitan el transporte de sus vehículos de orugas. Pero una vez iniciada la ofensiva, pasando de su fase acumulativa a la fase táctica y de despliegue en territorio enemigo, el ejército ruso empezó a demostrar serios problemas logísticos; el segundo ejército más poderoso del mundo carecía de camiones para sostener su logística de abastecimiento, sus fuerzas avanzaban más rápido que su capacidad para gestionar el reabastecimiento de combustible, municiones y medicamentos. Esta marcada debilidad fue aprovechada por el ejército ucraniano que supo impactar los camiones de abastecimiento, así como recurrir a estrategias de desorientación al alterar señales de tránsito para confundir a las tropas rusas desprovistas algunas de navegadores satelitales. Este desconcierto obligó a los vehículos a permanecer estacionados en largas filas sobre las carreteras ucranianas y luego ser destruidos por las fuerzas de Kiev con la ayuda de la inteligencia estadounidense.
Esta falta de preparación logística no se puede atribuir solo y únicamente a una pésima planificación o a las fuerzas de resistencia ucraniana, si no que representan el resultado de años de corrupción enquistada en el ala militar rusa; el dinero que por años se debía de destinar a la modernización del ejército, y la adquisición de nuevas tecnologías y mantenimiento de equipos ha sido desviado. Esto se puede evidenciar con los múltiples casos de corrupción que han salido a la luz desde el inicio de la ofensiva. El ex viceministro de defensa Timur Ivanov, por ejemplo, fue declarado culpable por malversación de fondos y encarcelado; Ivanov, encargado de proyectos de construcción militar, habría malversado 2.7 millones de dólares y recibido 15 millones de dólares en sobornos. Del mismo modo, el excapitán Oleg Lopátiev, alto mando de la armada rusa, fue condenado por aceptar soborno en la adjudicación de contratos con el Ministerio de Defensa. Lopátiev tenía como rol central asegurar la calidad en suministros para equipos de comunicaciones, el dinero que se había destinado para que los buques y las bases navales tengan comunicaciones seguras fue robado, esto afecta directamente la capacidad de la armada rusa. El lucro personal del alto mando produce efectos negativos directos, generando vulnerabilidades tácticas. El desvío de estos recursos es la razón principal de una infraestructura logística deficiente, de unos equipos militares obsoletos y de sistemas de comunicación inseguras y poco confiables; afectando de forma directa la capacidad operativa en el campo de batalla.
Además de destruir su capacidad militar, la corrupción ha creado una cultura de autoprotección que, de cierto modo, impide resolver estos problemas en el alto mando. Un ejemplo es el caso de Iván Popov, general acusado de participar en el robo de 1.700 toneladas de productos metálicos laminados, adquiridos como ayuda humanitaria en la región anexionada de Zaporizhzhia. Esta detención se dio tiempo después que Popov declarase errores graves de los altos mandos que, según él, estarían causando un gran número de bajas. Popov se había hecho famoso tras hacerse público un audio donde informaba haber sido relevado por exponer la verdad del frente ucraniano. Al silenciar a los comandantes que hacen evidente los errores de los altos mandos, las malas decisiones y los delitos de corrupción, el sistema se protege a sí mismo en perjuicio de la efectividad y costo de vida en el campo de batalla. Para los altos mandos, cómodos desde sus despachos en Moscú, la lealtad personal y el silencio está por encima de la vida de sus soldados y un probable éxito en el campo de batalla.
La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania no puede ser vista como un mero conflicto armado, sino como un estudio de caso crucial que entrelaza la integridad institucional y el potencial militar efectivo. El caso ruso revela que la corrupción arraigada no solo representa un costo económico, sino que causa vulnerabilidades en la seguridad nacional y debilita toda capacidad, no solo ofensiva sino defensiva. La gran lección que nos deja este conflicto es clara: En las guerras, la transparencia, la rendición de cuentas y la solidez ética de la cadena de mando son fundamentales para lograr una supremacía militar. Para Rusia, la corrupción interna fue su enemigo más formidable, minando su ofensiva y condenándola al estancamiento militar.
Que el conocimiento no se extinga.