Este nuevo largometraje de Wes Anderson, estrenado en Cannes, cuenta la historia de un rico empresario y su hija novicia, que nos lleva a explorar los rincones del alma humana a través del conflicto y la geopolítica.
Fiel a su estilo único y disruptivo, el director se adentra en un entramado de espionaje, política internacional e intrigas familiares que giran alrededor de Zsa-zsa Korda, un importante empresario que busca recomponer su relación con Liesl, su única hija mujer quien, por si fuera poco, decidió entrar cómo novicia en una orden religiosa. Los eventos de esta película suceden en Fenicia, un país ficticio ubicado en Oriente Próximo, a mediados del siglo XX.
Arrogante y vanidoso, el viejo Zsa Zsa se mueve como si fuera inmortal: “I don't need human rights” – yo no necesito derechos humanos – le responde el protagonista a su hija Liesl cuando esta le pregunta sobre su pasaporte y nacionalidad. La arrogancia con la que habla el empresario grafíca su personalidad perfectamente: un emprendedor voraz que busca obtener ganancias a toda costa; incluso si eso significa someter a la hambruna y esclavitud a la población de Fenicia.
Kodra es víctima de numerosos intentos de asesinato, por parte de Estados Unidos, sus aliados y sus enemigos también; cuando viaja en sus imponentes aviones privados. Está obstinado con la concreción de su esquema fenicio, un complejo entramado de infraestructura que le permitirá hacerse con los recursos naturales de la Gran Fenicia Independiente Moderna y así engrosar su fortuna, Zsa-zsa debe negociar con príncipes árabes, empresarios y miembros de su familia para obtener financiamiento.
A pesar de su registro claramente fantástico e inverosímil, es evidente que muchos de los hechos narrados en el film podrían suceder en la realidad. Incluso, se podría interpretar esta película como una suerte de sátira de la política y los conflictos en Medio Oriente durante el periodo más álgido de la Guerra Fría.
Desde Farouk, un príncipe oriental que recuerda- y mucho- al Rey de Egipto homónimo instalado por el Reino Unido, hasta una guerrilla marxista inspirada en la OLP, todos los elementos y personajes de este film parecen imitar los protagonistas que inundan los titulares de los principales medios de comunicación internacionales cuando se refiere a Medio Oriente.
En este relato surreal, Anderson busca retratar el imperialismo occidental que por tantas décadas signó el destino de los países de la región. A partir del Tratado de Sykes-Picot — cuando los Ministros de Relaciones Exteriores de Reino Unido y Francia acordaron repartirse los territorios que conforman Oriente Próximo — la intercepción de las potencias occidentales en la región fue crucial en el posterior estallido de conflictos y tensiones territoriales, culturales, religiosas y étnicas.
Esto se representa en la película mediante la inclusión de capitalistas inescrupulosos, norteamericanos típicos amantes del básquet y dispuestos a todo para aumentar su capital. En este sentido, se puede interpretar que El esquema fenicio busca explicar las dinámicas regionales que se producen en Oriente Medio.
Hacia el final de la película, Kodra renuncia a su fortuna y su ambicioso proyecto para administrar un restaurante con Liesl, quien deja los hábitos. Los medios informan que la esclavitud y hambruna finalizaron en Fenicia.
En el mundo real, donde, según las estimaciones realizadas por el Programa Mundial de Alimentos, la hambruna en la Franja de Gaza es inminente; una película como El esquema fenicio nos brinda esperanza que un Medio Oriente cosmopolita y respetuoso de los derechos humanos de todos sus habitantes puede ser posible algún día.
El esquema fenicio funciona como un retrato familiar sincero que, a la vez, nos hace reflexionar sobre la interdependencia que se observa entre los intereses económicos y geopolíticos de los actores del sistema internacional.
Estrenada el 5 de junio, El Esquema Fenicio promete convertirse en uno de los grandes éxitos de Wes Anderson. De hecho, es probable que esta sea la película más emotiva del director. Un largometraje oportuno para el contexto de tensión en el que vivimos.
Que el conocimiento no se extinga.